Regina

La primera noche juntos, después de la vaga impresión de haberlo tirado todo por la borda, la sorpresa los encontró en un beso, las miradas mutuas se dejaban descifrar conforme las manos curiosas buscaban lugar en los cuerpos; se despojaron de las ropas, de las tristezas, de los recuerdos, se quitaron los miedos y dejaron que la pasión abrasadora los consumiera por completo. La mente de ella estaba hecha un embrollo ¿Era acaso correcto lo que estaba sucediendo? ¿Habría sido demasiado pronto para entregarse a él? ¿Era aquel que besaba su cuello y acariciaba sus caderas, el indicado?.

Bastaron los labios sedientos devorando los suyos para salir de su burbuja mental y continuar en la realidad, el momento estaba a punto de culminar en lo que por tanto tiempo, aunque sin decírselo, ambos habían anhelado, por fin estaban ahí, desnudos y confundidos pero enamorados, no permitieron que sus dudas nublaran la magia del momento y decidieron que el cuento siguiera escribiéndose, adivinándose, surcando con los dedos tiernamente caminos por recorrer sobre la piel; dejaron que el placer los cegara, entregándose en cada beso, un pedazo de vida.

Unos segundos de silencio seguidos por leves sonidos de goce armoniosamente sincronizados, indicaron que la meta inicial había sido alcanzada; se miraron a los ojos, felices, reflejándose en el iris marrón el rostro sonriente uno del otro, se abrazaron así como estaban, con los cuerpos hechos uno y la habitación sin más luz que la tenue cobija blanquizaul que la luna dejaba pasar a través de la ventana esmerilada, y así, sin más, un sueño dulce los embriagó y durmieron.

Minutos después, el sueño recurrente la despertó, a ella, a la dueña de las dudas, no lo esperaba, creía que después de lo sucedido habría cambiado su interior, abrumada salió de entre las sábanas lentamente, cuidando estrictamente cada movimiento para no despertar al hombre magnífico que dormía a su lado, cuando pudo ponerse de pie, caminó descalza sobre el suelo frío hacia la ventana, no veía nada, pero la consolaba estar bañada por la luz de su confidente, que desde el cielo escuchaba atentamente cada palabra de aquellos que como la chica que la miraba, acudían a ella cuando la pena que se llevaba en el corazón era tan grande y tan honda que no podía ser escuchada por nadie más que por el astro nocturno.

No dejaba de pensar, ella, en todas las cosas que habían pasado desde que había dejado su lugar, creyendo estar mejor descubrió que estaba más confundida que nunca, tenía el cuerpo cerca de un hombre que le estaba entregando su vida, pero tenía la mente en otro lado, más lejos, cerca de un hombre que ya la había olvidado, el sentimiento confuso creció en su pecho tan grande que brotó finalmente por los ojos trazando líneas ondulantes en sus mejillas, ensimismada, escuchó al cuerpo en la cama moverse, volteó asustada pensando haberlo despertado cuando lo miró, la imagen que la vida le estaba regalando la sublimó.

El movimiento que había hecho segundos antes había enviado las sábanas al suelo, despojado de toda tela, dormido sobre su costado, allí estaba él, desnudo, la luz tenue de la luna delineaba su silueta y resaltaba el blanco terso de su piel. Ella, desde la ventana, lo miró, asombrada primero, feliz después, caminó de regreso a la cama, cuidando sus movimientos subió y se arrodilló tras él, recorrió con un dedo delicado los pequeños lunares de su espalda, le pareció por un minuto que estaba viendo pequeñas constelaciones, sintiéndolo así, tan puro, tan tranquilo, tan suyo, las dudas comenzaron a despejarse, la emoción que llevaba dentro la orilló a robarle a esos labios dormidos un beso.

Él abrió los ojos, somnoliento la miró, esbozó una sonrisa dulce en los labios, en ese preciso momento ella lo supo, en el segundo exacto en que él rozó su mejilla con los dedos, se dio cuenta; las lágrimas que rodaban por sus mejillas, no eran más de confusión. Sumida en el sentimiento, se metió entre las sábanas junto a él, los brazos masculinos rodearon la cintura y el aliento en  su cuello le devolvió el alma al cuerpo, un te amo pronunciado por los labios de él la hizo saber, a ella, la dueña de las dudas, que las respuestas habían llegado. El corazón, la mente y el cuerpo, estaban juntos al fin, en el mismo lugar, en el lugar a donde ella siempre había pertenecido, ahí, entre los brazos de él, ella, encontró su lugar.


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